Al alejarnos un poco del camino principal y tener una distancia considerable de la puerta, paré el carro en seco; me miraste morbosa y te lanzaste sobre mí. No empezaste con los besos suaves y muy labiales, secos y seductores, tenías hambre, querías lengua, mordidas y saliva, yo también, la verdad es que estaba ganoso de tus mordidas y tu lengua juguetona, de los besos salvajes que tan buena reacción tienen debajo de mis pantalones.
Urgidamente recorrimos los asientos hacia atrás, desabotoné mi camisa, seguido de desabrochar tu brasier en tu suave espalda. Y la furia se desató al igual que tus hermosas tetas saludaron brillantes mi lengua. Talvez lo sepas muy bien, pero me fascina repetirtelo, tienes un par de tetas preciosas, grandes, firmes, de una suavidad y calidez exquisita, dignas de una escultura en mármol, un pezón delicioso, de un tamaño perfecto y un a forma tan excitante que tan bien le cae a mi boca... Mi lengua y mis manos iban de tu cintura a tu nuca, tomando especial atención en tus orejas, tu cuello, pezones y boca, podría pasar toda la tarde tan solo observando admirado esta parte de tu cuerpo, pero tu calor y mis ganas no me permiten estarme quieto, asi que siempre avanzo hacia debajo de tu ombligo o tu boca se aventura entre mis muslos.
Los vidrios se habían empañado, estaba durísimo y tu te habías puesto cálidamente zorra y muy mojada, querías aprovechar la tarde, hacer uso de la luz q cada vez era menos, de la soledad, de la aventura, del carro y de nuestra pasión; pero en una pausa de besos acordamos que no cogeríamos esta tarde...